martes, 25 de agosto de 2009
Boletín N°3 - Comunicadores ¿Qué nos depara la realidad?
Cabría reflexionar acerca de qué es lo que tenemos más seguro en este país: ¿libertad para expresarnos o libertad para vender nuestra fuerza de trabajo? Como comunicadores sociales esta es una gran encrucijada ante nuestra labor.
¿Qué es lo que nos proponemos cuando abrazamos esta noble profesión?
Si nos volcamos hacia el ejercicio del periodismo en cualquiera de sus formas, muchas veces terminamos en medios comerciales donde hay que adaptarse a estrictas y a veces no muy definidas pero siempre presentes “políticas de publicación” del medio, por lo que resignamos ideales a esas reglas (porque de algo hay que vivir), o nos volcamos hacia una propuesta de comunicación comunitaria popular alternativa, con pocas expectativas de crecimiento económico por lo menos en el corto y mediano plazo, pero con grandes posibilidades de desarrollar nuestra libertad intelectual, representando las voces de tantos excluidos del sistema. La gran encrucijada ligada a la subsistencia.
Si la decisión es no salir al feroz mercado laboral a medir fuerzas entre quienes hablan más rápido, escriben con más sinónimos y utiliza la última tecnología para creer que saben todo y ya; quedándonos en las instituciones educativas para desarrollarnos en función de “formadores”, cabe preguntase nuevamente ¿hasta donde somos libres de expresar y/o enseñar democráticamente en la pluralidad de ideas y diversidad cultural de la actualidad?, o ¿cuánto colaboramos en la formación para la libre expresión y la defensa de ese derecho?, o ¿será que solo formamos para buenas presentaciones en la libre elección de venderse al mejor postor?.
“No te metas”
La autocensura es una de las compañeras más traicioneras de nuestras vidas como comunicadores y es funcional al sistema. Es la primera señal de que estamos frente a un peligro de reprimenda arrastrado por el inconciente colectivo de viejos fantasmas del triunfo del “no te metas” para vivir más tranquilo.
El tema es saber detectar específicamente de donde puede venir y hasta que punto seremos capaces de saltearlo o enfrentar los desafíos del poder. Formar opinión, educar e informar con seriedad ayuda a ser ciudadanos más libres y fortalece un Estado que pretende vivir en democracia.
Sería interesante también detenernos a pensar ¿cómo podemos expresar nuestro anhelo de ser “parte” de una sociedad más justa donde la libertad de expresión sea un bien común no comercializable? Esto, entre otros temas, es lo que hoy aqueja a nuestro país.
Privatización de las palabras
Tenemos una opinión pública privatizada que ha transformado en números toda expresión, que maneja con porcentajes de ratings y valores comerciales la información y la difusión de todo hecho cultural. Si mide vale y si vale se vende.
Esta realidad presenta un campo de inaccesibilidad a la expresión libre del ciudadano común o de todo aquel que no juegue con estas reglas impuestas por el mercado, dejando coartada las libertades de numerosos sectores sociales, pues solo quien “pone plata” accede a difundir su “mercadería” que cuanto menos vital para el pensamiento crítico y reflexivo se presenta, mejor oportunidad de éxito asegura.
La tinelización de la argentina no es un accidente, parece cumplir parte de una estrategia fríamente pensada y avalada por los poderes que manejan el país. La falta de información y el recorte de los temas que se ponen en el “pseudo debate” mediático de los multimedios, son los que penetran en las miradas y oídos de millones de hogares a los cuales se les dibuja un panorama que muchas veces dista mucho de ser “la realidad”.
A contramano de esto, un puñado de voces, se animan a poner otras miradas en algunas ciudades de nuestro país. Con señales locales y/o regionales y en diversos formatos COMUNICAN. Con mucha menos audiencia, son grandes formadoras de opinión y concientizadoras que la apropiación de los espacios proporcionados por los medios de comunicación son “el lugar” para expresarse.
No es un ejercicio de práctica cotidiana en nuestro país, pero estos lugares que comenzaron con la gran proliferación de las FM en la década de finales de los ‘80 y principio de los ’90, pasaron a cumplir un papel importantísimos a la hora de hablar de la democratización de la información, pues las voces extrañas se transformaron en conocidas y cercanas, y el tratamiento de temas debió cubrir las demandas locales para identificarse con la audiencia. Medios locales que brindaron espacios nuevos para la expresión de las identidades locales y en defensa de las culturas regionales.
Lamentablemente, la mayoría se transformaron en “comerciales como una única manera de subsistencia” y esto palideció lo que en un principio pareció ser un “espacio genuino de expresión de la diversidad”. Hoy la pauta comercial manda y demanda temas a favor. En este contexto, muchos medios se han vuelto parte de un monopolio y se dedican a retransmitir el paquete “nacional” dejando espacios pequeños para la producción de programación local.
Quizá se retrocedió en las potencialidades que los medios locales prometían en un principio y esto sucede muchas veces por desconocimiento o desinterés de sus dueños, o falta de formación de los conductores de programas para explotar los espacios que aún manejan. El potencial existe está latente, solo hay que incentivar las ideas para que el medio cumpla el rol de mediación social fiable, que el encuentro de opinión para el disenso aporte al crecimiento de una sociedad más sana y justa, sin que esto signifique que la opinión diferente nos transforme en delincuentes de la expresión.
Por Claudia García - Miembro del Observatorio Comunicacional
Publicadas por
Proyecto de extensión Por Una Nueva Economía humana y sustentable
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Comunicador Social,
Por Una Nueva Comunicación
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